El Portal De San Francisco De Macorís

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Con ira inevitable

Sembrar un árbol demanda amar la vida. Luego, hay que hacer un hoyo con las manos para sentir el calor de nuestra fundamental esencia; que pode­mos imponernos al ser irracional que traemos dentro. Hacer que ese árbol crezca es cosa de abonarlo con nuestra bondad; creer en un futuro de bonanza; mantener viva la esperanza de que siempre habrá agua; soñar con que el viento nunca dejará de entonar su sinfonía de ramas. Amar el árbol es identificarnos como lo que somos: Humanos. Por todo eso, arran­car un árbol es un acto de barbarie que merece la más radical de las con­denas. (Se lo digo con amargura a los depredadores de nuestros parques y jardines).