Instantáneas del proyecto dominicano

Quienes no estén embobados por el modernizante canto de las sirenas podrán juzgar el avenir de estas instantáneas inherentes al proyecto nacional dominicano.

Primera instantánea: el optimismo

Estas semanas no dejamos de recibir noticias halagadoras, dignas de más de un voto electoral, pues el país –como el sol— recibe más luces numéricas que sombras tenebrosas.

Con razón hay quienes contemplan con júbilo que hemos avanzado, en el Índice de Desarrollo Sostenible (SDG Index) en términos de pobreza, educación, salud, igualdad, transparencia y sostenibilidad.

En el año 2016, ocupábamos el puesto 92, hoy estamos en el 52. Si tomamos solo la región latinoamericana estamos en el 4o lugar, solo por detrás de Chile, Uruguay y Argentina (en el 2020 estábamos en el 11), y arriba de países como Brasil, México y Costa Rica.

En términos de inversión extranjera directa (IED), durante el primer semestre del año en curso, las noticias son francamente satisfactorias. Llegaron US$2,892 millones, es decir, un 15.3% más que el año pasado. Vamos rumbo a superar, con creces, los históricos US$4,523 millones de IED del año 2024.

El turismo, la minería y los bienes raíces son algunos de los principales sectores donde tanta gente está viniendo a poner su dinero aquí. Pero, al ponerlos aquí, ¿qué ven ellos aquí que tantos de los criollos honestos no ven y que motiva el que aún se procuren visas y yolas para un sueño?

Dicho en pocas palabras, los inversionistas entienden que hay poco riesgo poniendo su dinero en la RD, pues nos hemos mantenido bien en el EMBI, un indicador que hace JP Morgan que le dice a los inversionistas qué tanto riesgo hay en un país cualquiera.

En principio, mientras mejor sean nuestras calificaciones financieras a nivel internacional, menos tendremos que pagar para atrás cuando alguien compre un bono dominicano.

He ahí el aval de dicho optimismo. Vamos en la dirección correcta en términos de indicadores de desarrollo sostenible y de confianza financiera.

Segunda instantánea: la cautela

Los indicadores sociales podrán lucir bien, pero no por eso dejan de reproducirse motivos de preocupación económica.

El PIB o tamaño de la economía apenas creció un 1.1% en junio y, en durante el primer semestre del año, un 2.4%…; todo esto muy lejos de lo usual durante los últimos años, con un 5% o más. Por algo, desde la cima misma del Poder Ejecutivo hubo fue admitido que la economía está lenta y la gente lo está sintiendo.

En particular, sigue cayendo el desempeño de la construcción y, se lee en la prensa, que “ni el gobierno ni el sector privado” están invirtiendo. A eso súmale que la construcción sigue cayendo y nadie está invirtiendo; ni el gobierno ni el sector privado. La inversión pública (infraestructura y demás) es la más baja en muchas décadas. Y es lógico, porque el dinero que ingresa el gobierno en impuestos no da ni siquiera para cubrir el gasto corriente.

Desde el sector privado se escriben consideraciones de índole dubitativa. “La economia está sumamente lenta y hay que dinamizarla. No sé qué ha estado pasando con las autoridades del Banco Central, los bancos y el Gobierno, que con querer mantener la tasa del dólar al nivel que ellos sueñan y no dejar que se flexibilice un poco para que se mueva un poco más la economía.”

Así como una familia cuyos ingresos son de 50 mil pesos mensuales y sus gastos rondan los 60 mil, está obligada a endeudarse por la diferencia para poder cumplir, hasta que llegue la hora en que ninguna instancia personal o institucional quiera prestarle; así mismo acontece a nivel de cualquier administración gubernamental.

Eso nos lleva en una bola de nieve que no va a terminar bien a menos que se hagan ajustes, y rápido. Ninguna catarata de préstamos, –ni siquiera cuando son tomados furtivamente, a las tres de la madrugada, para que ningún avestruz lo vea–, es señal de buen futuro.

Para entenderlo, imagínate que los gastos fijos de tu casa son de 100 mil pesos y ganas 80. Tienes que coger 20 todos los meses para cubrir, no tienes cómo invertir en nada, y llegará un momento en el que nadie te va a prestar más y no vas a tener para comer ni para pagar lo que debes.

En efecto, advierten los expertos en la materia, las políticas vigentes conducen a que la deuda pública crezca y 69% del PIB, es decir, la cifra pico de la pandemia del COVID.

Ahora bien, lo preocupante es la composición del déficit, no solo el familiar, sino sobre todo el nacional. Hoy por hoy, en ese último caso, el pago de intereses consume una quinta parte de los ingresos nacionales. A eso se suma el retroceso de una más de una década en subsidios eléctricos; los mismos que pasaron de 0.4% del PIB, en 2019, se estima que a finales del año en curso serán 1.4%, igual que fuera en 2024, pese a precios mínimos y estables a nivel internacional.

En resumidas cuentas, dicha deuda, sumada al costo de sus intereses y –¡eureka!— el gasto de nómina y subsidios, a todos nos aproxima a la piedra a la que un día los dioses del Olimpo condenaron a Prometeo: para que la suba a la cima de la que, al finalizar cada jornada, caiga, por pura gravedad, antes de repetir nueva vez un inconcebible ascenso, tan absurdo como fatal.

Tercera instantánea: el trauma

Hay un limitado espacio fiscal que comienza a pasarle factura a quienes manejan el presupuesto nacional y, por eso, a toda la ciudadanía dominicana. Repitiendo la expresión, según los expertos en el tema, “lo que antes era una excepción, se ha vuelto norma: por séptimo año consecutivo, los ingresos no alcanzan ni siquiera para cubrir el gasto corriente”.

En ese contexto fatídico andan ronroneando las expectativas de un nuevo rumbo fiscal en el país.

Eso sí, nuevos y no tan novicios funcionarios públicos han de estar conscientes de que el espacio en el ‘play’ fiscal se agota. La diferencia entre los ingresos totales y el gasto corriente, será negativoa en el orden de los RD$36,441 millones, en 2025, y de RD$38,710 millones, en el año 2026.

A todas luces y en buena matemática, el faltante aparecerá. Salido de los escondites, de los prestamistas y/o de los contribuyentes de siempre pues, así como no se avanza sin hacer uso de alguna fuente de energía, no se conduce una administración pública sin su debido presupuesto indispensable.

A ese inconveniente, se le añade otro que, aun cuando es de naturaleza diversa, no deja de ser sintomática. Por eso queda al descubierto el fiscalizador e inexistente contrapeso de los poderes del Estado dominicano, ante todo, desde el Congreso de la República.

Sin norte en un Estado de derecho, el legislador emblemático pareciera vender su herencia republicana por alcanzar el establecimiento de un régimen confesional y partidista; de espaldas, en esta democracia antillana, a la voluntad popular inconsulta durante todos esos días que transcurren de manera rimbombante sin celebrar la liturgia electoral ni la palabra de Dios (“vox populi, vox Dei”) pues, estas solo se celebran un día de mayo, en una jornada de 24 horas, cada cuatro años, en una república llena de añoranzas y visos de secuestro.

Cuarta instantánea: el síncope

No faltarán quienes digan que, conscientes de cómo se juega a la pelota, no faltarán los hombres de Estado que encuentren en el inmigrante haitiano en condiciones de irregularidad en el país, un chivo expiatorio, tanto a la consuetudinaria desobediencia de cuanta ley sea promulgada en el país, como al cúmulo de dificultades que se les interpone en el camino.

Tampoco los más parcos que se acojan a aquello de que “la operación ha sido un éxito, pero… el paciente murió”.

En cualquier instancia, el Estado dominicano palidece. Con un gasto corriente que lo asfixia y con poco más de la mitad –51%– de sus ciudadanos a cuesta, –recibiendo desde lo que necesitan hasta lo que los asienta en sus respectivas “poltronas”, en forma de bonos, subsidios y dádivas de todos los colores–, constata en más de uno  cómo se corroen la decisión y el esfuerzo requeridos para ganarse el pan nuestro de cada día, en el reino de este mundo

El estado de ánimo clientelar que de ahí resulta muta en clientes de nuevos patrones, en adición a los de los más diversos conjuntos de adormecidos ciudadanos de cualquier estado de ánimo socialista de los de antaño.

El efecto de esta causal es tal que, si bien es cierto que “los dominicanos tenemos que estar claro en que la integridad demográfica e identitaria es tanto o más importante que la territorial”, no menos cierto es que por el momento no hay ni asomo de conciencia e interés efectivo en preservar –en la práctica– la constitución republicana y democrática del pueblo dominicano.

Lo más penoso de esta última instantánea sería que arrastre el proceso de desarrollo dominicano a la negación de su propio origen y civilización.  Eso así si, –arrastrada por un patrón de comportamiento de subordinación inducido, tras las sucesivas expulsiones sufridas por Juan Pablo Duarte del suelo patrio, de manos de sus diversos coetáneos y sus respectivos herederos–, la población que habita la República Dominicana padeciera indefensa, a la usanza de Prometeo, exponiendo sus entrañas a la voracidad de tantas aves de rapiña que la llevan al borde de una fatalidad irreversible.

En definitiva, dejando a otros que sean mejores jueces de esas y otras instantáneas, la pregunta irrecusable que las reúne a todas en una sola es esta: ¿qué degrada y erosiona más la idea y el ejercicio de ciudadanía a través de tan diversos intervalos de la vida nacional del pueblo dominicano: el comportamiento optimista, el cauteloso, el traumático o, finalmente, el indispuesto y colapsado?

Francomacorisanos: