Escuché en mi íntimo entorno familiar, desde muy pequeño, “que a aquel que te da de comer con sus manos, jamás debes —aunque puedas— morderle los dedos”.
Con estas palabras, como sujeto social de origen rural y barrial, inicio el abordaje del delicado tema de la estafa, de la cual han sido víctimas los miembros de nuestra diáspora, quienes aún sueñan con su patria desde ultramar.
Es un tema de opinión pública la noticia publicada en los medios de comunicación en el sentido de que muchos miembros de nuestra diáspora están siendo afectados por sujetos que se hacen pasar por empresarios y gestores inmobiliarios o de otros quehaceres.
Las estadísticas de estudios realizados sobre la cantidad de dominicanos que residen en los Estados Unidos revelan que cerca de 3.0 millones de nuestros conciudadanos viven en territorio estadounidense.
Si le sumáramos a esta cifra la cantidad de dominicanos que viven en cada uno de los países del mundo, que ciertamente los hay, pudiéramos concluir de que cerca del 30% de la población total de la República Dominicana reside en tierras extranjeras.
De esa fuerza laboral, profesional y empresarial, aunque podría parecer extraño esto último por falta de información, depende en gran parte, o en cierta medida, la estabilidad económica de la República Dominicana.
Veamos estos datos convincentes de los ingresos en dólares que recibió el país en el año 2024. Los ingresos por concepto de turismo alcanzaron USD$20.5 mil millones; por exportación, tuvimos una entrada de USD$12,925 mil millones. Sin embargo, los ingresos por envío de remesas de nuestra diáspora alcanzaron la suma de USD$ 10,756 mil millones de dólares.
Si tuviéramos que sacar una simple y pedagógica conclusión, diríamos que tanto el turismo como la exportación necesitan de grandes estructuras o capacidades instaladas; pagos de burocracia e inversiones de miles de millones de dólares.
Sin embargo, las remesas enviadas por los dominicanos de la diáspora, llegan solamente por amor a su patria y a sus familiares, sin inversión alguna del Estado dominicano ni del sector privado. Llegan por la pasión y la confraternidad alojados en sus almas. Por voluntad propia.
La República Dominicana debe reaccionar ante la estafa de la que están siendo objeto, desde hace décadas, nuestros compatriotas de la diáspora. Y debemos hacerlo por un asunto de justicia, reconocimiento y agradecimiento a nuestros hermanos. Más aún, todo lo que hagamos por ellos, es parte de sus derechos ciudadanos ante el Estado y la nación dominicana.
Quien estas líneas escribe, tiene la experiencia, quizás el inmenso privilegio, de haber hecho fila frente a una agencia de envío en Manhattan para enviarles a mi esposa y a mi madre unos cuantos dólares, ganados con el trabajo honrado en la oficina de renovación de pasaportes en el Consulado dominicano en aquella mundialmente conocida urbe. También por concepto de venta de mis libros de literatura en las calles de Nueva York y New Jersey.
He tenido la dicha de asociar mi nombre a los sueños de mis compatriotas desde el Viejo San Juan, en Puerto Rico, hasta el Barrio Obrero. He cabalgado por el sector de “Cuatro Caminos” en España; del Bronx a Brooklyn, siempre tocando a los dominicanos y sus aspiraciones, especialmente su deseo de retorno a su patria.
Es necesario actuar ante la cruel estafa de que son víctimas los dominicanos de nuestra diáspora. Estamos seguros de que podemos hacer muchas cosas para evitar esta bochornosa situación de engaño permanente a gente que ha ahorrado toda su vida para un noble propósito como el de comprar un techo propio o para su madre, cosas frecuentes en los dominicanos de la diáspora. ¡Sí podemos!